Hace unos años tomé unos pocos días para cruzar el estrecho de Gibraltar desde España y conocer Marruecos, sin saber mucho sobre el país. Fueron más grandes las ganas de viajar hacia lo desconocido que las decisiones informadas sobre el destino a conocer. Por lo tanto, lo que sigue a continuación es simplemente una crónica de unos pocos días que consistieron tan sólo en soltar y dejarse llevar… y de aquello que encontré en el camino.

Chefchaouen (El Aaiún) vista desde arriba
La ciudad de Chefchaouen (El Aaiún), conocida como la medina azul

Índice

Cruzando el estrecho

En 2017 renuncié a mi trabajo en Buenos Aires para viajar por Europa, sería mi primera vez en el viejo continente. La aventura comenzó por Barcelona, Valencia y Granada, pero ya habiendo cruzado el océano Atlántico, me puse un poco más ambicioso: decidí animarme a cruzar el estrecho de Gibraltar y visitar otro continente más.

La ciudad de Granada y la Alhambra ya me habían mostrado sus propias huellas de la cultura árabe en la península ibérica, pero esa experiencia sólo me dejó con deseos de conocer más. Sabía que quería llegar hasta la ciudad de Tánger, aunque no sabía muy bién cómo. Hay pocas empresas de ferrys que atraviesan el estrecho, y lo hacen desde dos puertos: Tarifa y Algeciras. Esta última ciudad tiene el puerto más importante, y hasta allí llegué con un bus, pero a la hora de comprar el pasaje me encontré con una sopresa: las embarcaciones desde Algeciras sólo cruzan al engañosamente llamado puerto de Tánger-Med, que se encuentra a 50 km de la ciudad de Tánger en sí.

La alternativa, sin embargo, se presentó sola: todas las compañías de ferry ofrecen un servicio gratuito de buses entre Algeciras y Tarifa. Desde esta última ciudad, algo más turística, las embarcaciones parten directamente hacia Tánger. Sólo fue cuestión de tomar un bus durante media hora más para llegar a un nuevo puerto.

Estrecho de Gibraltar desde el puerto de Tarifa
Partiendo desde el puerto de Tarifa y la bruma sobre el mar Mediterráneo

El estrecho de Gibraltar tiene algo que lo hace sentir parte de un relato fantástico. Quizá sea su carga histórica y política, pero hay algo más en el aire: desde la costa se puede mirar al horizonte e intentar adivinar otro continente a través de la bruma.

Una vez que la embarcación zarpó, un español muy simpático se acercó para darme un poco de charla. Durante un rato largo me contó sobre su comercio en Tánger y sus socios marroquíes. También me señaló a una chica en la distancia y me habló muy orgulloso de una probable conquista, momento en el cual empecé a sentirme algo incómodo con la conversación. Cuando se enteró que viajaba a Tánger para conocer Marruecos y que allí estaría solo con mi mochila, se indignó.

¿Solo en Marruecos? ¿De turista? ¿A quién se le ocurre?

Me insistió con que tuviera mucho cuidado, que Marruecos era un país peligroso, que no anduviera solo por la calle y que me moviera en vehículo a todas partes. Hice mi mejor esfuerzo por excusarme, dejar la conversación y buscar un rincón donde pudiera sentarme a leer tranquilo. Su tono ya no me divertía en absoluto.

Llegando a Tánger

Con el tiempo que demoró el viaje hasta Tarifa (y el retraso del ferry para partir) llegué a mi destino recién hacia el atardecer.

Al desembarcar me crucé nuevamente con el español, que me presentó a su socio marroquí y me insistió para que me subiera a un taxi. Le dije que no hacía falta, que mi hospedaje se encontraba en la antigua medina a unos pocos cientos de metros. No se mostró convencido, quiso subirme a su propio taxi, pero no cedí: no quería que su visión de Marruecos y sus habitantes contaminara la primer experiencia de mi nuevo destino. Quería caminar, y eso fue lo que hice.

No tardé mucho en dudar de mi propia decisión. Desde los estacionamientos despejados del puerto hasta mi destino el camino era corto, pero no tan sencillo. La antigua medina de Tánger, el corazón de la ciudad, fue construida sobre una prominente roca frente al Mediterráneo, alrededor de la cual aún permanece en pie una antigua muralla. Sortearla implicaba una caminata mucho más larga de lo que había imaginado originalmente, por lo cual apuré el paso para no llegar al hospedaje completamente de noche.

Hizo falta muy poco tiempo para que, apenas habiendo cruzado la muralla de la medina, un muchacho se acercara ofreciendo guiarme hasta el hostal. Todo en mi apariencia (y muy especialmente la gran mochila en mi espalda) me delataba como turista, por lo que intentó llamar mi atención en varios idiomas: inglés, francés español… en ese momento aprendí que en Tánger, donde el turismo es esencial, y donde la historia de dominios coloniales es tan caótica, es posible comunicarse en unos cuantos lenguajes.

Junto con el árabe y las lenguas bereberes, el francés y el español son lenguas oficiales en algunas regiones de Marruecos, por lo que resulta bastante sencillo comunicarse en varios idiomas en todo el país; pero más aún en Tánger, que por su ubicación geográfica es el principal puerto de comunicación con la Unión Europea, y durante parte del siglo XX estuvo bajo el dominio de un gran número de potencias occidentales.

A pesar de mi reticencia, el muchacho me acompañó hasta el hostal que, debo admitir, sin su ayuda me hubiera costado bastante encontrar. El acceso se encontraba en un callejón sin salida, y hasta la puerta de entrada del edificio no parecía tener identificación alguna. Cuando le di las pocas monedas que tenía como propina, su actitud se volvió violenta: claramente esperaba una mayor recompensa por hacer de guía. No le hice caso y entré rápidamente al hostel (pero cuando volví a caminar por la ciudad lo hice evitando cruzarme con él en las estrechas calles de la medina).

Moraleja: mejor tener preparado un buen mapa para llegar hasta el hospedaje (o llevar abundante moneda local).

El hostel

Apenas entré al hostal Melting Pot me encontré con la clásica disposición de un riad marroquí. El hospedaje está ubicado en una antigua casa, que se dispone a lo largo de varios pisos como una espiral de escaleras que asciende hasta la terraza, con todos los ambientes orientados hacia un patio central.

Sin embargo, a diferencia de otros riads más lujosos, este patio es bastante estrecho. Esto hace que las habitaciones no tengan mucha luz ni ventilación. Si alguna vez deciden hospedarse en este lugar, sepan que las habitaciones están bastante saturadas de camas y no querrán pasar mucho tiempo en ellas más que para dormir. Donde sí podrán disfrutar del sol, las estrellas y el viento marítimo es en la terraza: apenas me registré en la recepción, subí todas las escaleras para ir a contemplar la medina y el mar desde ahí, y la ciudad a la que recién había llegado me regaló un atardecer hermoso.

La medina de Tánger desde la terraza del hostel Melting Pot al atardecer

Inmediatamente debajo de la terraza, sin embargo, se encontraba el verdadero corazón del hostal: una pequeña mesa redonda, rodeada de asientos con almohadones, donde casi todos los habitantes del hospedaje se juntaban a charlar, tomar algo y fumar hashish.

Otra de las cosas que aprendí en el primer día es que, en Marruecos, la venta de bebidas alcohólicas se encuentra prohibida para los marroquíes musulmanes. Esto hace de los hostels como el Melting Pot pequeños oasis donde los extranjeros y marroquíes emancipados de las costumbres religiosas pueden disfrutar de un trago, y las latas de cerveza circulan como pequeños tesoros cilíndricos.

Una de las encargadas del hostel me ofreció muy generosamente una lata, y yo no la rechacé. Tuvimos una larga charla, y conocer de su vida me hizo tomar un poco de perspectiva sobre todas las puertas que tenía abiertas frente a mí. Yo acababa de comenzar un viaje en el cual mi pasaporte argentino me permitiría durante tres meses recorrer libremente varios países europeos… mientras tanto, para ella, trabajar en ese lugar era su manera de conocer el mundo a través de los viajantes, porque la lista de países que les exige una visa a las y los marroquíes es interminable.

Le sugerí que viajara a conocer la Argentina, donde no le pedirían una visa y sería más económica de recorrer que la mayor parte de Europa. Ella me preguntó si podría llegar a Buenos Aires en barco… lo cual me dejó cavilando. Quizás haya algún modo de cruzar el océano navegando desde Tánger hasta el Río de la Plata. Pero nunca lo había considerado como alternativa real a un vuelo transatlántico. La magnitud de la escala del cruce entre continentes me pegó toda de golpe.

Unos días después, lo inocente de mi sugerencia también me pegó: al investigar, aprendí que la Argentina está incluida en la larga lista de países que solicita visa a lxs marroquíes.

Por cierto, encontré una cama en el Melting Pot con muy poco tiempo de anticipación gracias a la app Hostelworld, pero también lo pueden reservar por Booking. Si en algún momento planean un viaje por Europa o el norte de África, tenemos una guía con todas nuestras herramientas y recomendaciones para encontrar hospedaje por muy pocos euros al día.

Una tarde en Chefchaouen

No llegué a conocer mucho de Tánger inmediatamente después de llegar. Ya la primera noche en la ciudad escuché hablar de Chauen o Chefchaouen, la «medina azul»… y no demoré en conocerla: al día siguiente, en compañía de tres otrxs habitantes del hostel, tomé un bus a la ciudad.

Mis tres compañerxs planeaban ir a pasar varias noches a la ciudad. No estaban viajando juntxs y cada cual tenía como destino un hospedaje diferente. Yo aún guardaba una noche más reservada en el Melting Pot, por lo cual me sumé al viaje para tan sólo ir a pasar el día en la medina azul… y aunque el recorrido de ida en bus demoraba unas 3 horas y eso implicaba pasar 6 horas del día viajando, mis ganas de seguir en movimiento fueron más fuertes.

Una vez que arribamos a la estación de buses de Chefchaouen, nos esperaba una subida de más de 100 metros verticales en una caminata de tan sólo kilómetro y medio. Yo iba liviano, pero el resto del grupo llevaba todo su equipaje a la espalda, por eso aprovechamos para hacer una parada en el camino y almorzamos en un pequeño local de comida.

Mientras comíamos y nos refrescábamos, el grupo compartió historias. Alexander contó sobre su tiempo viviendo en California, durante el cual se dedicaba al dumpster diving: parte de una filosofía en la cual ningún alimento debe ser descartado. Ya sea por convicción o pura necesidad, sus partidarios revisan contenedores de deshechos en búsqueda de algo que comer. Quienes realizan esta práctica por filosofía se denominan a veces friganos (del inglés freegans), un movimiento anti-capitalista y anti-consumista del cual nunca había escuchado anteriormente.

Si quieren saber un poco más sobre friganismo, lamentablemente no hay mucha información seria en la web en español: generalmente los artículos tratan al movimiento como una moda hipster. Sin embargo, es sólo una de tantas respuestas frente a un problema de escala mundial: el despilfarro masivo de alimentos.

Luego de un esfuerzo más, llegamos a la medina. Chefchaouen es famosa por su color azulado, que cubre las fachadas de casi todos los edificios. Al día de hoy no hay una definición unánime sobre el motivo por el cual se originó esta costumbre que lleva siglos… pero al caminarla no es extraño pasar delante de una casa sobre la cual se esté dando una mano nueva de pintura azul. El color cubre casi toda la ciudad y es de donde proviene su sobrenombre «la perla azul».

Acompañé a cada integrante de nuestro improvisado grupo hasta sus respectivos hospedajes, lo cual no fue nada sencillo: aunque la medina es pequeña, pasamos un rato largo buscando las calles indicadas en los mapas que llevaban consigo, lo cual al mismo tiempo me dio la oportunidad de recorrer y conocer. Disfruté mucho en particular de subir hasta las partes más altas del casco antiguo y desde allí ver no sólo la ciudad desde arriba, su mezquita y la kasbah (la fortaleza central del casco antiguo), sino también las hermosas colinas verdes que rodean Chaouen.

Habiendo cada unx ubicado su hostal y dejado su equipaje, Desirée me acompañó a tomar té en la plaza central junto a la mezquita. Es el punto más turístico de la ciudad: está repleto de bares y restaurantes donde sentarse a disfrutar del aire libre. Mientras esperábamos a que Alexander se nos uniera, tomé varios tés de menta que, siguiendo la costumbre árabe, en Marruecos son extremadamente dulces. Desirée me contó de su vida y sobre su familia: mientras ella había nacido dentro de Estados Unidos, su familia era mexicana, y sin que lo pusiera en palabras entendí que se sentía simultáneamente de dos mundos. Para ella era natural, pero ante la mirada de otros era siempre una extranjera: a los ojos de los estadounidenses era mexicana, pero para los mexicanos siempre sería una yanqui.

No permanecí mucho tiempo más en la medina azul: teniendo muy poca información sobre los servicios de buses y con miedo a no poder volver a Tánger, regresé a la terminal donde, por pocos minutos, conseguí subirme al último servicio de regreso. En el camino, mientras apreciaba desde mi ventanilla las colinas verdes de la región norte de Marruecos, pensé en lo maleables que pueden ser las identidades y las nacionalidades. En mi mente, fue uno de mis primeros encuentros conscientes con la idea de interseccionalidad. El resto del viaje no dejaría de ponerme una y otra vez frente a esta reflexión.

Continuará…

Este relato seguirá pronto con una segunda parte. Mientras tanto, les dejamos en compañía de todas las historias de nuestra bitácora cósmica ✍️


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? ¿Alguna vez soñaron con conocer Marruecos? ⠀ ?"(…) Luego de un esfuerzo más, llegamos a la medina. Chefchaouen es famosa por su color azulado, que cubre las fachadas de casi todos los edificios. Al día de hoy no hay una definición unánime sobre el motivo por el cual se originó esta costumbre que lleva siglos… pero al caminarla no es extraño pasar delante de una casa sobre la cual se esté dando una mano nueva de pintura azul. El color cubre casi toda la ciudad y es de donde viene su sobrenombre «la perla azul». Acompañé a cada uno de lxs viajantes hasta sus respectivos hospedajes, lo cual no fue nada sencillo: aunque la medina es pequeña, pasamos un rato largo encontrando las calles indicadas en los mapas que llevaban consigo, lo cual al mismo tiempo me dio la oportunidad de recorrer y conocer. En particular disfruté mucho de subir hasta las partes más altas del casco antiguo y desde allí ver no sólo la ciudad desde arriba, su mezquita y la kasbah, sino también las hermosas colinas verdes que rodean Chaouen." ⠀ ?Para estos días de estar en casa, les regalamos la primera parte de una crónica sobre caminar por Marruecos, para viajar con la imaginación. Ver mapas, fotos y leer historias de movimiento nos hace bien. ? La encuentran haciendo link en la bio y en mapacosmico.com ? #blogdeviajes #marruecos #caminar #yomequedoencasa #viajardesdelsofá #frasesviajeras #frasesdeviajes #frases #frasesenespañol #amoviajar #chaouen #chefchaouen #streetphotography #urbanphotography #travel #fotodeviaje

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